Es apasionante la idea de disfrazarme de escalofrío al haber abierto los ojos antes del amanecer (como una combinación asombrosa entre el arcoiris y la niebla), y sin embargo no me apetecía sonreir, porque no había improvisado la huída perfecta…
Siempre había planificado mis escapadas nocturnas. Y era muy sencillo, únicamente debía leer unas líneas de algún libro lleno de polvo o escuchar el sonido que producen las cuerdas de mi guitarra. Sí, así estaba a salvo, por supuesto.
Y veía que el mundo se hundía, una perfecta autodestrucción al lado de unos momentos perfectos que yo experimentaba.
Como si el tiempo de los relojes no existiera. Y el silencio lograba vagar por mi piel, dejando huellas de indiferencia contrastada con emociones.
Era justo lo que hacía posible el arcoiris.
Y en los días largos me encanta dibujar imposibles viajes por los lugares más remotos. Trazando mapas de tesoros escondidos y largos recorridos lleno de flores y algunas gotas de lluvia. Dejar señales y miradas desdibujadas, besos en el mar, susurros en el aire.
¿Pensando aún en finales felices?
No hay comentarios:
Publicar un comentario