La tormenta se aproxima. Cómo admiro a la tormenta. Las nubes cubrían mi cabeza, y las gotas de lluvia empezaban a empaparme. A los autobuses les gustan los domingos por la noche y las carreteras vacías y a mi ver las calles sin coches iluminadas solamente con la luz de los semáforos. Un momento en el que vivo yo sola en una enorme ciudad de ruidos, bocinas, gritos. Pero ahora estoy sola, sabiendo que parte de mi vida es como un circo para el que no tengo entrada. La felicidad se me escapa de los ojos por mucho que quiera alcanzarla. Al otro lado del teléfono no oigo nada. Y ahora mismo, como en muchos otro momentos, no hay palabras que me rescaten de los días grises. Así que saco mi alma a pasear por el arcoiris después de esa tormenta, pero la encuentro muerta de frío sentada en un banco. Las promesas se terminan desdibujando en el infinito y no tengo nada para llevarme a los labios. La soledad me araña las entrañas, a pesar de que sé perfectamente que muchas veces a sido mi compañera más leal.
Me acerco a la ventana y pierdo poco a poco el aire. Escribo en el vaho mensajes que nadie podrá ver nunca, para después borrarlos con la mano rápidamente. Y mi mente se dirige a las vías del tren, donde el aire puede correr y despeinar los cabellos de forma salvaje, y el ferrocarril sigue su curso. La vida pasa, aunque también pesa. Los sueños se esconden en mi maleta, para esperar un nuevo viaje que quizás nunca realice.


Mi único deseo era viajar a la luna y a ti se te olvidó como llevarme, cuando sólo necesitabas palabras y caricias...


"Cuando el cielo se oscureció y aunque no eran más que nubes,
tuve la sensación de que todo se terminaba y la sensación de haber
sentido lo mismo un millón de veces antes."
Ray Loriga


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