Ahora pienso que todo fue como volver a aquel parque una noche de verano y hundir la mirada en sus ojos. La melancolía de lo que se me escapó sin que pudiera hacer nada por retenerlo. Cuando era tan fácil vivir solamente de la vuelta en el autobús y de cogernos de la mano y caminar en silencio… Fue un siencio en el que fluían sueños. Un silencio que me saciaba.
Cada vez que arranco una página del calendario, veo como la vida me pesa más, y cada vez que miro en el espejo, la forma se difuminan. De tanto navegar por la vida, empiezo a olvidar quien soy. Los días y las noches se escapan, y me doy cuenta de que ya no tengo la ilusión cada mañana, ni las vías de un tren para lanzar en ellas mi tristeza. Y veo que sigo siendo la misma romantica y dramática de siempre, que se ha olvidado de lo que sucedió el día anterior. Da igual cómo haya estado, o qué haya sentido, no puedo recordar nada. Sólo sé que puedo acurrucarme en un rincón y tararear una melodía mientras cierro los ojos.
Día a día se me pasa por la mente coger una mochila y alejarme de los semáforos, coches y miradas indiferentes que veo todos los días. Salir de esta rutina para aparecer en una isla, descalza y con los ojos abiertos, donde sé que el aire puede correr, y puedo despedirme del sol mientras se esconde en el horizonte. Donde el silencio hace el resto.
"-¿Crees que no te quisieron demasiado?
-Yo diría que entre un "no lo suficiente" y un "nada de nada". Siempre estuve hambrienta. Aunque sólo hubiera sido una vez, hubiera querido recibir amor a raudales. Hasta hartarme. Hasta poder decir: "Ya basta, estoy llena. No puedo más". Me hubiera conformado con una vez. Así que pensé lo siguiente: "Conoceré a alguien que me quiera con toda su alma los trescientos sesenta y cinco días del año". Estaba en quinto o sexto de primaria cuando lo decidí."

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