Los dedos de la aurora.

Entraban en mi alcoba sin llamar a la puerta,
deshojando en el aire la flor de su perfume. 
Los oía arrastrarse, leves, hasta la alfombra. 
Trepaban a la cama y luego, entre las sábanas,
me anunciaban el día con sutiles caricias.

[Luis Alberto de Cuenca]

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