Siempre tuya.

A veces la solución es marcharse con lo puesto, habiéndome olvidado algo en casa, algo como el tabaco o el alma.
Sólo llevarme el deseo de que las ganas propiamente dichas tengan algo que decirme y una bufanda, por si se me congela la garganta antes de llorar.  
Y ahora puedo contar vidas en vez de días y sueños rotos en vez de minutos, incluso en un espacio y tiempo delimitados para que mis ansias sigan manteniendo su esencia.
Si, darle una buena calada al cigarro es viable, al igual que hablar sin conocer. Preguntar “por qués” y no recibir respuesta convincente.
Pero es cierto que fallando se aprende a valorar la existencia.
Surgen las risas flojas y renace el sentido del humor, mientras declaras la guerra a la sabiduría, al parecer, “pública”.
Problemas que hacen replantearte tu vida, problemas, problemas, con P mayúscula. Y parece absurdo darle valor a algo que ni siquiera merece ser pronunciado. ¿Por qué quejarme? Preguntaréis. Se trata de una pura y desnuda satisfacción. Y seguramente porque cada uno tiene su lugar. Al parecer el mío no está aquí.
Y me voy convirtiendo en esa manzana que cae del árbol mientras intento aceptar lo que me depara. Seguir en pie. ¿Quién sabe? Quizás un pueblo perdido de la Macha puede convertirse en algo extraordinario.
Granada empieza a temblar y de vez en cuando le dan escalofríos por ese apetito insaciable y voraz de vivirla otro año más y saber lo que tiene reservado para mí.
Dentro de dos vidas, podré dedicarme a escribirte, querida mía, más de 100 renglones torcidos  y sin saber en qué corazón o en qué nube de tus cielos te encuentras.
Siempre te he estado buscando en el momento inapropiado y te encontrado donde no existes y por casualidad.
Cierra la puerta mientras te escribo cada noche esperando volver a encontrarme contigo.


Siempre tuya.


No hay comentarios:

Publicar un comentario