Soñé contigo, y con compartir los días y las noches. Pero ahora sólo puedo argumentarlo con suspiros, retazos de sentimientos. Con música, sólo música, aunque también alientos.
Podría hablarte de Granada, y que no supieras nada. Podría hablarte de arte y cine. De silencios contenidos y de ausencias. De un camino de vuelta, de un beso en cada parada, del río. Podría hablarte de improvisación. De miradas penetrantes, de Luar na Lubre, de la hierba del parque. De música y de los placeres sencillos de la vida.
Podría hablarte de tu mano y de la mía, de tu cuello y de mi alma. Podría y no puedo, debería y no debo. ¿Qué sentido tendría?
Confieso que hubo momentos en los que quise explorar los inquietantes rincones de tu cuerpo. Morder tus labios, besar tu cuello, pero sobre todo, acariciar tu alma. Pero siento la perplejidad del pulso acelerado, instantes y sueños de segundos compartidos.
Era maravilloso abrir los ojos y encontrarte a mi lado, y acariciarte el cuello y los labios. Recuerdo que solía enredar mis dedos en tu cabello.
También recuerdo el acelerado ritmo que mi corazón llevaba, y un susurro que decía: “me aterroriza la idea de enamorarme de ti…"
Las cosas son distintas ahora, porque puedo llegar a tener resaca de besos y de paseos todas las mañanas al despertar, porque me acostumbré a ir de la mano a cualquier lugar.
Ahora puedo escuchar dentro de mí esa melodía, esa que no recuerdas, acompañada de tu voz. Puedo ver esas sonrisas que me regalabas. Puedo escuchar tus palabras en medio del silencio. Y aunque el miedo me hunde, y no puedo esperar nada más, el vacío se ha abierto en mi.
Y eso que Granada empezó a saberme a ti...
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