Rutinas...

Seguramente, lo verdadero de este sol que hoy no ciega es que aún permanece el deseo de una taza de café. Nada más rutinario que el adormecedor ruido del microondas, un cigarro en el patio, quizás con la música atravesando los oídos y el mechero en la mano, perdiéndome en el olor del café y el humo del pitillo, y vuelvo a imaginarme en París, con la misma rutina.

Y sonrío, al pensar en esas caras largas madrugadoras, en los tacones de las mujeres que van al trabajo, los maletines de cuero, las cafeterías con tazas en la barra y periódicos del día en una esquina, y las chicas, dando los buenos días, y no a lo Debbie Reynolds, como lo hizo en "Cantando bajo la lluvia", que es como debería ser.

Perderme en el arte inexistente o no, y en algunos ojos perdidos en un rostro pálido, típico del Renacimiento. Apareciendo alguna melodía de un compositor ruso, o quizás alemán. Los bostezos en una clase de análisis, recordando algunos versos de Walt Whitman y surcando las olas de mis sábanas.

Sentirme como un personaje de Jane Austen, o tener una gran voz, como Ella Fitzgerald, capaz de desgarrarme, y convertirme en Gilda por momentos y "me llamarían tierra de nadie" bailar la música de otros tiempos, y viajar en una carretera perdida en un Ford Thunderbird del 66, azul, mientras me pierdo entre bandas sonoras a todo volumen.

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