Y sonrío, al pensar en esas caras largas madrugadoras, en los tacones de
las mujeres que van al trabajo, los maletines de cuero, las cafeterías con
tazas en la barra y periódicos del día en una esquina, y las chicas, dando los
buenos días, y no a lo Debbie Reynolds, como lo hizo en "Cantando bajo la lluvia", que es como debería ser.
Perderme en el arte inexistente o no, y en algunos ojos
perdidos en un rostro pálido, típico del Renacimiento. Apareciendo alguna
melodía de un compositor ruso, o quizás alemán. Los bostezos en una clase de
análisis, recordando algunos versos de Walt Whitman y surcando las olas de mis sábanas.
Sentirme como un personaje de Jane Austen, o tener una gran
voz, como Ella Fitzgerald, capaz de desgarrarme, y convertirme en Gilda por
momentos y "me llamarían tierra de nadie" bailar la música de otros tiempos, y viajar en una carretera perdida
en un Ford Thunderbird del 66, azul, mientras me pierdo entre bandas sonoras a todo volumen.
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