Treinta y uno de Mayo... Quién sabe qué año.

El sol ya estaba ocultándose cuando, entre cerveza y heavy metal, me gustaba imaginar una vida atrás en el tiempo. Pensaba en que si hubiera nacido en los años 50, podría haber vivido los maravillosos 60, 70 y 80, aquellos años que vivió mi padre… 

Posiblemente mi voz sonaría distinta con palabras que se están perdiendo, como “magia”, “infinito”, “esencia”, “maravilloso”, "audaz", "libertad" y un largo etcétera, en el sentido más puro y con el tono de voz adecuado.


Y me preguntaba cómo sería mi forma de ver el mundo, mi manera de vestir, mis ambiciones, mis valores…  Creo que hubiera disfrutado más llenándome del placer de las cosas pequeñas (en parte, porque no habría podido contar con las distracciones que ofrecen las nuevas tecnologías).

A lo mejor pasaría las tardes escribiendo cartas, dibujando garabatos, cantando The Creedence Clearwater Revival o un “Highway to hell” con un inglés siempre inventado (porque entonces, no estaría cansada de ella). 

Quizás escucharía a menudo las composiciones del primer Hans Zimmer o al Morricone del Oeste, o leería todas las novelas de Jane Austen y las obras de W. Shakespeare. 

Es probable que también matara el tiempo jugando eternas partidas de ajedrez, improvisando bailes rockanroleros en casa y viviendo por las noches las historias de esas películas mudas en blanco y negro donde tocan ragtime.

Quién sabe…

Y aunque es muy posible que no hubiera sabido que, en otros lugares del mundo, Jean Louis de Balzac, Walt Whitman y Clint Eastwood nacieron el mismo día que yo, sé que el último día de Mayo es especial, al menos, para todos los manchegos. 



Su presencia en el aire...

Como si él estuviera en aquel lugar... en forma de mariposa.