- ¿Quieres un cigarrillo?
- Claro, gracias. ¿Te aburren tanto como a mí?
- No he venido a divertirme. He venido por tí. Llevo días observandote. Eres muy deseable. No es tu rostro, ni tu físico, ni tu voz. Son tus ojos. Las cosas que veo en tus ojos.
- ¿Y qué ves en mis ojos?
- Una serenidad salvaje. No quieres huir. Afrontarás lo que tienes que afrontar, pero no quieres hacerlo sola.
- No. No quiero hacerlo yo sola.
El viento se eleva electrizante, ella es dulce y cálida, casi etérea. Su perfume es una dulce promesa que hace aparecer lágrimas en mis ojos.
Le digo que no se preocupe, que la salvaré de todo cuanto la asuste y que la llevaré muy lejos. Le digo que la quiero.
El silenciador hace del disparo un susurro, y la abrazo fuerte hasta que se desvanece. Ya nunca sabré de qué huía.
Cobraré el cheque por la mañana...

